Desde pequeña, mi fascinación por las ciencias marcó mi vida, con la certeza de que podía contribuir al avance de la sociedad. Mi trayectoria me ha llevado a formarme en diversos países, como Estados Unidos, Alemania, Francia y el Reino Unido. Sin embargo, el amor por mi tierra y mi familia me hizo regresar, abrazando lo que mi abuelo siempre me inculcó: "raíces y alas".
Hoy lidero un equipo que investiga cómo frenar el agotamiento de los recursos del planeta, combinando docencia, investigación, divulgación y ética. Como investigadora, docente, madre, mujer y terrícola siento la responsabilidad de inspirar a las nuevas generaciones, especialmente a las niñas, mostrándoles que no hay límites para su capacidad de soñar y crear. Despertar vocaciones científicas es clave, porque aunque el planeta sea finito, nuestra capacidad de innovar y protegerlo es infinita.
Qué despertó mi vocación
Desde pequeña, siempre supe que quería dedicarme a las ciencias. Mi fascinación por las matemáticas, la química y la física marcó el rumbo de mi vocación. Me entusiasmaba comprobar cómo cada fenómeno físico podía demostrarse en el laboratorio, convirtiendo las teorías en realidades palpables.
Mi trayectoria me ha llevado a formarme y crecer como persona en diversos países. Sin embargo, el amor por mi tierra y mi familia me hizo regresar, abrazando lo que mi abuelo siempre me inculcó: "raíces y alas". Su jota favorita, "Palomica, palomica", sigue siendo un recordatorio de la importancia de valorar nuestras raíces mientras buscamos nuevas metas.
Hoy tengo la suerte de combinar mi pasión por la investigación y la docencia en el Instituto ENERGAIA y en el Departamento de Ingeniería Mecánica de la Universidad de Zaragoza. El compromiso de promover el conocimiento y la sostenibilidad, da sentido a mi vocación y a mi labor diaria.
Desde hace 20 años analizo cómo el ser humano está agotando los recursos del planeta. Junto a mi maestro, mi padre Antonio Valero, escribí la teoría “Thanatia”, el planeta degradado al cual nos dirigimos si continuamos extrayendo sin límite los minerales de la Tierra. Hoy lidero un equipo de investigación dedicado a mejorar la eficiencia en el uso de recursos a nivel industrial, local y global. Nuestros estudios muestran con claridad que la velocidad de degradación del planeta es insostenible. En un planeta finito, no caben deseos infinitos.
Como investigadora, docente, madre, mujer y terrícola siento la responsabilidad de alertar sobre el problema y dar ejemplo. Transmito esta preocupación a mis estudiantes de ingeniería, porque sin ética, esta disciplina puede ser más destructiva que constructiva. Pero la ciencia no debe quedar solo en la academia: es imprescindible compartirla con gobiernos, industria y sociedad civil. Mi experiencia me dice que no basta con comunicar el conocimiento. Hay que inspirar con el corazón.
Mis esfuerzos docentes, investigadores y cada vez más, divulgadores los estoy dedicando a poder aportar y formar parte de ese motor del cambio tan necesario. Porque, aunque el planeta sea finito, la capacidad que tenemos para crear e innovar es infinita.
La carrera investigadora es un camino largo y desafiante, donde la recompensa no siempre es inmediata. Sin embargo, descubrir algo que ayude a la sociedad es indescriptible.
Aunque la ingeniería ha sido históricamente un campo masculino, nunca me he sentido discriminada. En mi grupo de investigación trabajan mujeres y hombres sin diferencias de rendimiento. Cada persona aporta sus fortalezas. Sin embargo, las mujeres suelen tener un instinto de protección que no solo se aplica a la crianza, sino también al entorno y la naturaleza. Una sociedad con más mujeres en la toma de decisiones probablemente cuidaría más la naturaleza, los valores y las tradiciones.
Es clave fomentar la ciencia en las niñas desde pequeñas. Ver referentes femeninos en libros y en la vida real es esencial. A una niña que aspire a ser científica le diría: No te conformes con aprender la lección, hazte muchas preguntas, experimenta tú misma lo que estudias, ten una visión crítica, aprende de los referentes y respétalos, conoce lo que se hace en otros lugares, sé ciudadana del mundo… Y cuando tu mochila esté llena de aprendizajes y experiencias, regresa a tus orígenes, aplica lo aprendido para que la sociedad avance y enseña a las que un día serán niñas como tú. Aunque el camino puede ser largo y difícil, al final valdrá la pena.